El
piso de Daniel estaba en pleno corazón del barrio antiguo de la ciudad, el
barrio del Carmen, mucho había cambiado desde aquellos años en que ella era habitual
en esas callejas llenas de pubs donde se rendía culto a la penumbra y a la
buena música, por entonces salía con Nacho, un joven que llevaba el pelo largo,
rubio, alto con ojos azules y muy guapo.
Nacho
vivía para la música, su gran pasión, tocaba la batería y había formado un
grupo junto a su gran amigo Gabriel, la novia de Gabriel se llamaba Mari Fé y
los cuatro pasaban muchas tardes en el garaje del chalet donde el grupo
ensayaba, allí bebían coca cola, cerveza, fumaban algún que otro porro pero sobre todo hacían y vivían música Pink Floid, Genesis, Jetrho Tull, Santana,
Rollings..
Fueron buenos tiempos, era jóvenes y la vida les cegaba con su
luminosidad e infinitas posibilidades, interrumpió sus reflexiones, sin casi
darse cuenta había llegado al portal de Daniel, tocó el timbre y enseguida oyó la voz de su amigo que sonó metálica por
el interfono.
- -- ¿Alba?
- - Si, soy yo, abre.
Subió
la vieja escalera de mármol hasta el segundo piso, Daniel ya la esperaba con la
puerta abierta y esa sonrisa suya tan franca.
-¡Bienvenida,
qué cargada vienes! ¿Has estado de compras?
-Solo
he pasado por una librería, por cierto, esto es para ti le dijo Alba al tiempo
que le ofrecía el libro envuelto en un bonito papel de regalo de color azul con
una cinta en color blanco.
-¿Para
mí? No creo haber hecho nada para merecer un regalo dijo Daniel gratamente
sorprendido al tiempo que despegaba el celofán del envoltorio.
-Espero
que te guste, no lo mereces dijo Alba con sorna pero hoy es tu día de suerte.
El
rostro de Daniel resplnadecía, resultaba muy sencillo
hacerle feliz, la mujer que consiguiera enamorarlo sería muy afortunada, pensó Alba
no sin cierta envidia, era su amigo y le quería demasiado como para tener una
relación con él, si hubiesen atravesado esta línea quizás hubiesen funcionado
como pareja pero quizás no y ,según le decía su experiencia, su amistad se
habría perdido, lo tenía claro, no se arriesgaría a perderle, era demasiado
importante para ella, en alguna ocasión lo habían hablado y ambos tenían la
firme intención de no romper su amistad, contaban el uno con el otro.
Daniel
iba contemplando las ilustraciones del libro de arte y mirando a su amiga dijo –ahora tendré que
esmerarme más con la comida, estoy preparando una ensalada alemana y unos
escalopines de ternera con guarnición, y no quiero remilgos con la comida,
serás una buena chica y comerás con ganas, estás en los huesos.
-No
te preocupes, hoy tengo hambre, vengo de la notaria, hoy se leía el testamento
de Pedro.
-¡Santo
cielo, lo había olvidado! Dijo Daniel dándose una palmada en la frente
–Cuéntame ¿Cómo ha ido?
-Supongo
que ha ido bien, Dani, Pedro me ha dejado su casa de la Malvarrosa y una buena
cantidad de dinero, su expresión reflejaba tristeza y al hablar retorcía la
tela de su falda.
-No
pareces contenta, cariño, ¿Qué sucede?
-Estoy
contenta, Dani, claro que lo estoy pero tengo sentimientos contradictorios, por
un lado estoy encantada con la herencia ¡Figúrate! Cuando he salido de casa era
una mujer que vivía en casa de sus padres por carecer de vivienda propia y en
un par de horas me encuentro con que soy propietaria de una casa esplendida
pero para que todo esto haya sucedido Pedro ha tenido que morir.
Alba
no pudo contener las lágrimas que rodaron por sus mejillas pálidas.
Daniel
se levanto de inmediato y abrazó a su amiga con ternura
.
-Lo
siento, Alba, es lógico que te sientas así, has de afrontar la pérdida pero no
haces un enfoque correcto, por lo que dices podría decirse que sientes culpa
por tu herencia y no debes sentirlo de esa manera, Pedro ha muerto, es un hecho
y tenía que distribuir sus bienes, eras su ojito derecho no se iba a olvidar de
ti, sus hermanas no hubiesen disfrutado de la casa, ellas viven en Lugo y jamás
dejarían su hogar, en cambio tú has pasado mucho tiempo en ella, no me ha
sorprendido que te la haya dejado, era lo más lógico.
-Tienes
razón, no me hagas caso, con tantas emociones estoy hecha un manojo de nervios
dijo Alba mientras se limpiaba las lágrimas con un pañuelo que había sacado del
bolso, sonrío débilmente aferrándose a la secuencia lógica de pensamiento
expuesta por Daniel.
-Por cierto ¿Dónde está Oscar?, añadió con
clara intención de desviar la conversación en otra dirección.
-Debe
de estar al llegar así que vamos a la cocina y me echas una mano con la comida,
aún queda por preparar la salsa para la ensalada, le alargó un delantal y se
puso a trajinar entre los cacharros.
-Está
bien pero me tendrás que ir diciendo lo que tengo que hacer, no se preparar esa
salsa.
-Por
supuesto, pica en trocitos la patata cocida que hay en ese bol, luego añades mahonesa,
el queso que está sobre la tabla de madera, un poco de aceite y un poco de
caldo que ha sobrado de cocer la patata, lo has de mezclar todo hasta que se
quede con una consistencia fina, ¿lo pillas?
-Eres
un cocinero excelente, te veo muy puesto- dijo Alba mientras iba picando la
patata -tienes la cocina muy bien equipada por lo que deduzco que cocinas de
forma habitual.
-A
la fuerza ahorcan, cuando murió mi madre estuve comiendo mucho tiempo fuera de
casa o bien compraba cualquier cosa preparada, me di cuenta de que me
alimentaba muy mal, echaba de menos la cocina de mi madre y recordé sus viejo
libros de cocina, siempre los tenía a mano, le gustaba añadir recetas ¿lo
recuerdas? era muy buena cocinera así que me puse manos a la obra, he hecho
algún curso de cocina y ¡voila! Soy capaz de preparar cualquier cosa, me gusta
y me relaja además como Oscar no tiene ni idea alguien tenía que ocuparse de la
intendencia, yo cocino y él hace la compra con la lista que le hago
semanalmente, estamos muy bien organizados, si no fuese por mi se moriría de
hambre.
Se
oyó el ruido de una llave en la cerradura de la puerta de entrada, Oscar
acababa de entrar y traía una bandeja de dulces, se dirigió a la cocina y miró
a Alba de arriba a abajo con descaro.
-Tú
debes de ser Alba le dijo estampándole un beso en la mejilla, estaba impaciente
por conocerte, Daniel no habla más que maravillas de ti, que si Alba por aquí,
que si Alba por allá.
-Hola
Oscar, yo también he oído hablar de ti, por lo pronto sé que no te gusta nada
cocinar.
-Vaya
Daniel, dijo Oscar mirando a su amigo que seguía trabajando con la guarnición
de los escalopines, le estás contando mi parte oscura, espero que no te limites
a ella y le hables, también, de mis virtudes.
-Tus
virtudes no necesitan presentación, repuso Daniel siguiendo la broma, Alba será
la que decida si quiere adentrase en tu fascinante ego ¿no te parece?
-Basta,
chicos, es ver a una mujer en vuestro santa sanctorum y empezáis a batiros en
un duelo de testosterona, por aquí deben desfilar muchas mujeres, ya debéis de
estar acostumbrados.
-¡Que
más quisiéramos!, ni Oscar ni yo nos comemos un colín, estamos hechos unos
ermitaños y no es por falta de ganas, pero cada vez se pone la cosa más
difícil, ninguno de los dos esculpimos músculos y trabajamos como enanos,
estamos mayores y hemos perdido practica.
-Habla
por ti, yo me siento en plena forma y la presencia de Alba me resulta muy
estimulante, dijo Oscar en tono de flirteo.
Alba se estaba divirtiendo de lo lindo, se sentía la reina del baile y era una
sensación que no experimentaba desde hacía tiempo, miraba a Oscar a hurtadillas
mientras se afanaba en mezclar bien los ingredientes de la salsa, era un hombre
moreno, no muy alto, de complexión fuerte pero no grueso, le llamaron la
atención sus ojos, los tenía pequeños, inquietantes, de mirada azul grisácea y
muy fría, en contrapunto su boca era
carnosa y sensual, sin duda debería de ser un hombre apasionado a pesar de que
no parecía fácil llegar a él, quizás se tratase de esa clase de hombre misógino
que miran por encima del hombro a las mujeres por considerarlas inferiores.
Sabía por Daniel que era ingeniero informático y que vivía en su piso no tanto
por necesidad sino más bien por desidia, montó su propia empresa y se había
labrado una merecida reputación, eran malos tiempos y el trabajo escaseaba pero
no le faltaba aunque le dedicaba muchas horas, sus clientes esperaban un producto
fiable y competitivo y Oscar tenía las
jornadas ocupadas resolviendo los
problemas que iban surgiendo en la aplicación de los programas que preparaba a
medida de las necesidades empresariales de sus clientes, trabajaba desde casa,
había montado su despacho en una de las habitaciones del piso de Daniel, no
recibía muchas visitas, allí tenía montado su laboratorio, el trabajo de campo lo hacía en las empresas
que requerían su servicio profesional.
Llevaba
un pantalón vaquero de color negro y una camisa de rayas grises y blancas, un
sweater negro alrededor del cuello, era evidente que no tenía frio, los músculos
se adivinaban a través de la loneta del vaquero, no parecían músculos forjados
en gimnasio más bien al aire libre, quizás montase en bici o practicase
jogging, sus manos eran grandes y sus dedos largos y bien formados, llevaba las
uñas cortas y muy limpias, le parecieron muy masculinas.
Se
sorprendió a sí misma con este análisis tan hormonal, le gustaba lo que veía y
presintió peligro, no quería meterse en zona de riesgo, era el compañero de
piso de Daniel, su mejor amigo y sin embargo fantaseo con la idea de que
tampoco Oscar le quitaba ojo, era como si ambos sintiesen una atracción que
estaba por encima de su parte racional -¡pero, qué demonios, Alba! Ya va siendo
horas de que tus hormonas empiecen a funcionar, no querrás quedarte en un
estado de sopor virginal en resto de tu vida- pensó al tiempo que sintió como
sus mejillas empezaban a teñirse de color carmesí, ¡Maldición, las hormonas,
otra vez! Casi metió la cabeza en el mortero donde no dejaba de dar vueltas a
la salsa a pesar de que ya hacía rato que había logrado una textura adecuada.
Mientras
tanto ambos hombres conversaban en la cocina y repartían las tareas que faltaban para terminar la comida.
-Pon
la mesa, Oscar, por si no te has dado cuenta tenemos una invitada y la tenemos
trabajando.
Daniel
echó un vistazo a la salsa que rebosaba abundante y cremosa en el mortero, se
mojó el dedo índice y lo saboreo.
–Ni yo lo hubiese hecho mejor, ya has hecho
bastante, cariño, sírvete una copa de vino y siéntate en el salón, entre los
dos terminamos con esto y servimos la mesa.
Alba
se arrellano en el sofá que estaba frente a uno de los balcones del salón, el
sol lucia tímidamente y sus rayos le hicieron sentir tibieza, eso y el vino que
le calentaba la sangre, siguió pensando en las sensaciones que Oscar le había
despertado ¿Cuánto tiempo hacía que no quedaba con un hombre, que no sentía el
calor de unas manos que explorasen su cuerpo con destreza?
Escuchó
la vibración del móvil en el bolso que abandonó en el sofá cuando llegó, de inmediato
se tensó, por un momento había olvidado el temor que ese sonido le provocaba,
vaciló cuando alargó la mano para cogerla ¡Allí estaba! Sintió el batir de unas alas, el cuervo negro
había regresado para impedir que le llegase la tibieza del sol, el cuervo la
acompañaba desde que se separó de Pablo y siempre la encontraba por mucho que se escondiese.
Continuará...